Las generaciones de periodistas.

7 de junio.
Las generaciones de periodistas.
Por José Terán C.
La generación de periodistas sonorenses, anterior a aquella otra que empezó a brillar en la década de los 80, fue provinciana y modesta, en ocasiones sus integrantes habían llegado desde diversos puntos del país a las ciudades que se estaban formando por la apertura de nuevas tierras de cultivo y en las que prosperaba la demanda de servicios.
La mayor parte de los periódicos de ese tiempo, como el Diario del Mayo de Manuel Corral Ruíz; Diario del Yaqui de Jesús Corral Ruíz; La Gaceta de Guaymas de Miguel Escobar; La Opinión, El Monitor y El Imparcial, de Hermosillo; La Acción, El Noroeste, El Mundo y el Diario de Nogales, se confeccionaban en sórdidos cuartuchos en donde se amontonaban los chivalets, las mesas de formación, uno o dos linotipos y, al fondo, sobre un pozo rectangular, una traqueteante máquina rotoplana (generalmente de la marca Goss) que duraba todo el día o toda la noche para sacar la edición diaria, según fuera matutina o vespertina.
No todos esos periódicos contaban con cuartos oscuros para los fotógrafos y menos con talleres propios para procesar los grabados en zinc, así que siempre se recurría a quienes maquilaban estos servicios para las imprentas comerciales, cuyos dueños y empleados provenían de los cursos técnicos que durante años se impartieron en el internado Cruz Gálvez (la Escuela de Artes y Oficios con su taller de imprenta aún no nacía). Precisamente, de la planta de maestros de esta escuela salieron los primeros socios de la cooperativa que dio vida a El Imparcial de los Healy. Sus nombres merecen ser recordados en estas fechas de junio: Alejandro y Andrés Zayas; Manuel Galaz, Jorge Romero (Hermano de Gustavo Romero Carpena), Adolfo Lerma, Andrés López, entre otros igualmente pioneros de los que ya no me acuerdo.
Entre los operarios de las “Artes Gráficas” de la ciudad de Hermosillo y los “periodistas” había una línea tan delgada que a menudo un buen linotipista pasaba, sin escándalo, a corregir galeras y luego a redactar aquello que se necesitaba con urgencia para completar la edición. Estos mestieres se llevaban a cabo a veces indistintamente por todos los que trabajaban en los talleres.
La generación de periodistas que se fraguó entre las décadas de los 30 y 40 del siglo pasado apenas alcanzó a vislumbrar el auge de la capital de Sonora que asomó en los tiempos del gobernador Abelardo L. Rodríguez y su concepto de Progreso con el que inundó la ciudad. Quedó, esa generación en la muy modesta medianía y sus representantes no parece –según se colige de los archivos—estuvieron interesados en acercarse al gobierno, un “poder” que no era tampoco interesante o seductor (al gobernador se lo podía uno abordar en la plaza cuando tomaba el fresco de la tarde o cabeceaba en la banqueta de enfrente sobre una poltrona).
Todavía hasta el período gubernamental de Ignacio Soto, en la mayoría de los municipios de Sonora los representantes del único partido trabajosamente lograban convencer a los ciudadanos más aptos para que se convirtieran en candidatos y luego en presidentes municipales; y era lo mismo con las diputaciones locales. Era normal que un trienio y luego otro y otro más los mismos nombres se repitieran (Don Carlos M. Calleja, reconocido ferretero de la ciudad le retiró el crédito de quince días al Gobierno del Estado porque no le enviaron el pago en efectivo a tiempo. Tuvo que acudir el gobernador en persona para convencerlo de que le siguiera fiando). En estas condiciones los periodistas tenían muy poco que escribir para sus ediciones y más allá de la venta de ejemplares y de publicidad, la política no era una fuente de ingresos importante. Quienes recibían estipendios éstos eran tan insignificantes que apenas les alcanzaba para sobrevivir e imprimir la edición.
En las columnas de esa época, principalmente en la de los dueños y/o directores de los periódicos, abundan los comerciales tipo “Tome cerveza High Life, bien fría” o “Si necesita legalizar un trámite, acuda con nuestro amigo el notario X” pasando por anuncios de refrescos, papelerías y talleres mecánicos. Era una mala práctica porque los anuncios que podrían haberse publicado como desplegados en el mismo periódico, florecían en las particulares parcelas de los columnistas.
La siguiente generación que predominó sin competencia, más o menos, los treinta años siguientes, hasta los 80, fue la que más progresó y brilló. Aparecen como puntales del periodismo sonorense: Miguel Escobar (hijo), Diego Matus, Gustavo Cortez Campa, Carlos Ramírez y sus hijos; y José G. Rodríguez (el Zurdo) en Guaymas; Jesús Corral Ruíz, Bartolomé Delgado de León, Carlos Moncada, Heriberto León Peña, en Ciudad Obregón; en Hermosillo, don José S. Healy y sus hijo José Alberto; Enguerrando Tapia Quijada, Jesús Tapia Avilés, Abelardo Casanova Labrada, Fortino León Almada, Rubén Parodi, Rodolfo Barraza, Miguel Ángel (MAM) Cota; Alejandro López Rodríguez, Francisco Hernández Torres, Luis Farman, Israel González, Rogelio Moreno Cota y Rafael Vidales Tamayo, entre otros.
No podemos olvidar Alicia Muñoz Romero, Teresa Gil, María Cristina León de Aldrete, María del Carmen Gallegos y Luz Alicia Maldonado, en Hermosillo.
En Nogales: José Pomposo Salazar (electo varias veces presidente del Bloque Periodístico de Sonora), Jesús y Carlos Siqueiros, Alejandro Palacios y Rafael Orduño Reyes.
A estos periodistas tocaron momentos en que gobernantes tan duros y soberbios como Álvaro Obregón, Faustino Félix Serna y Carlos Armando Biebrich; o más humanistas como Ignacio Soto, Alejandro Carrillo Marcor y Samuel Ocaña García, prestaban atención a lo que aquellos escribían. Algunos fueron recompensados generosamente y otros se mantuvieron en una sana distancia. Los que se revelaron contra los designios del gobernante y escribieron sus pareceres sufrieron las consecuencias.
Un recuerdo de aquellos años: una mañana del año 1971 salí rumbo a Tucson a comprar material de dibujo y al llegar a Nogales a media mañana comprobé haber olvidado el pasaporte (la llamada Forma 13). En ese entonces todavía no había mica o visa como hoy la conocemos.
Cerca de la línea internacional resolví visitar a Rafael Orduño Reyes, en ese entonces director del periódico El Diario de Nogales. Como no conocía su ubicación compré un periódico en el primer puesto para ver el directorio y me dirigí a la calle Vázquez, al fondo, donde estaba el periódico (un edificio amarillo, alargado al que se ingresaba por una larga banqueta escalonada). Me recibió Rafael de abrazo y nos tomamos un café y mientras le explicaba mi situación él colocó una hoja membretada en su máquina de escribir, me pidió mi nombre completo y redactó. Luego firmó y selló la hoja carta y me pidió que la entregara al jefe de la aduana americana. El jefe de los aduaneros norteamericanos leyó el documento y me extendió un permiso. Para después de medio día ya estaba en Tucson.
Esos eran los periodistas que me tocó conocer y tratar. Hoy los recuerdo a todos ellos.
Pie de foto: en el Restaurant Paco´s de Guaymas (1974), en una reunión de prensa. A mi lado el reportero de la Voz del Puerto Gustavo Cortez Campa, quien después haría carrera en el DF.

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