Flores para los muertos, obra que inaugura en San Luis Río Colorado el Festival de Monólogos “Teatro a una sola voz”
San Luis Rio Colorado; 19 de julio de 2022.- Silencio, San Luis Río Colorado, el telón está por levantarse. Es un momento histórico ya que es la primera vez que un festival de este tipo se presenta en el municipio fronterizo. Se trata de la 17 edición del Festival de Monólogos “Teatro a una sola voz”.
Poco antes de las 8, el público empieza a aparecer como una marea tranquila, silente y constante. La directora del Instituto Sonorense de Cultura, Beatriz Aldaco Encinas, señaló que el haber elegido a San Luis Río Colorado como sede de este festival nacional obedece a la política de descentralización cultural del Gobierno de Sonora.
“La historia de San Luis Río Colorado es una historia de valor y resistencia, de enfrentar problemáticas intrínsecas a su naturaleza fronteriza. Sufrieron por mucho tiempo la irresponsabilidad de una serie de gobiernos centralistas que pusieron, por mucho tiempo, la lejanía como pretexto para desatender sus responsabilidades con el municipio. Estamos con la misión de que les toque a los que nunca les ha tocado”, expresó la directora del ISC.
La gestión del Festival de monólogos para San Luis Río Colorado no hubiera sido posible sin la voluntad de trabajar en coordinación entre el ISC, el gobierno municipal a través de la coordinación de Cultura a cargo de Mariel Leyva y el apoyo del diputado Ricardo Lugo Moreno, expresó Manuel Ballesteros, coordinador de Artes Escénicas del ISC.
Flores para los muertos: Entre la memoria y la violencia
El monólogo que inauguró la 17 edición de “Teatro a una sola voz” en San Luis Río Colorado, corrió a cargo del guanajuatense Roberto Mosqueda y su “Flores para los muertos”. Se trata de una obra compleja que narra la historia de José Daniel Martínez, un hombre perseguido por una banda delincuencial que se dedica al robo de automóviles. En su intento de huida, José sale de la ciudad rumbo a la sierra, donde tiene un accidente. Ahí es rescatado por un hombre-sabio, místico, esotérico, con un acento campesino- que lo va guiando-no sin resistencia por parte de José- por un recorrido por su propia memoria.
No es sencillo iniciar un recorrido por la memoria, artefacto luciferino que, la mayor de las veces, nos obliga a borrar vivencias, experiencias traumáticas y resortes psicológicos que nos permitirían explicar por qué somos como somos. “Flores para los muertos” engloba varios temas: El primero es un retrato furtivo de la transmisión de la violencia en nuestra sociedad, casi como si fuera una herencia maldita. El protagonista-José, un ser en principio despreciable, violento, mujeriego, machista y sumamente centrado en el dinero-, nos va llevando a una serie de flashbacks donde podemos hurgar en su infancia: huérfano desde muy chico, tuvo que ir a vivir con sus tíos. Su tío, un ser violento y ruin, lo sometía a distintas formas de bullying y acoso, justificado bajo esa nociva idea de que “los hombres no lloran”. La violencia se vuelve el relato y la narrativa en la que se mueve José sin siquiera darse cuenta.
Tras el accidente y el encuentro con ese hombre sabio, José llega a un paraje bucólico, un enclave en la sierra donde “la luna se encuentra con el sol”. Durante siete días, José, siempre reticente, siempre impulsivamente visceral, también va conociendo un poco de ese hombre sabio que aparenta tener 50 años pero mirada de 100 años. Es en ese lugar (llamado “Yolizyeyantli” (nahuátl), palabra acuñada por el propio autor después de investigar y consultarlo con sus maestros en antropología y arqueología), donde José, en un misterioso lago, va descifrando ese pasado.
El Yolizyeyantli funciona como una especie de aleph borgeano: un punto donde confluye pasado, presente y futuro, donde se puede ver a todo el universo. La violencia, la memoria, una energía que va de lo teológico a lo esotérico y al redescubrimiento-y posible redención de José- nos va metiendo más y más en el núcleo de “Flores para los muertos”.
Los flashbacks-o analepsis- dominan el entramado narratológico en la obra de Mosqueda, que entrega una interpretación cargada de energía y de furia, de registros tan diversos como ricos en matices: De la furia del protagonista a la calma y sapiencia del hombre misterioso que funciona como un Virgilio mexicano. De la voz de un narrador omnisciente a la esposa torturada de José. Es un monólogo demandante en todos los sentidos, con marcados elementos cinematográficos-no en vano el pasado profesional de Roberto Mosqueda va ligado a la televisión y al trabajo documental: el uso de efectos de sonido, la importancia vital de la iluminación para mostrar los estados de ánimo del protagonista, o los visuales que nos ponen una luna llena proyectada que nos lleva por una inmersión en ese aleph que nos propone.
Con más de 250 asistentes en el Teatro San Luis Río Colorado, el municipio más al norte de Sonora puede decir que fue el epicentro de la escena teatral en México.