¡40 años!

Hermosillo, Sonora a febrero 24 del 2022

Mi Carta de Hoy

Remite: Alejandro Islas Galarza

¡40 años!

¡Hola, lector! La larga sombra del Tren Bala, que transitaba a gran velocidad, se configuraba sobre el monte de tierra, en la que descansaban los rieles de la vía ferroviaria que, desde la ventana de mi camarote yo observaba, teniendo de fondo el inmenso Mar del Pacífico; mi cita con el destino, estaba programada para el día 24 de febrero del año 1982 en Hermosillo, Sonora.

Apenas el día 22 de ese mismo mes y año, y siendo las 21:00 horas, había abordado la gran Mole de acero, desde la estación ferroviaria de Buenavista, allá en la Ciudad de México.

Puntual y lentamente, la pesada estructura de acero inicio el recorrido hacia el destino, mi destino.

Y si, hoy 24 de febrero, Día de la Bandera, cumplo mis primeros 40 años de vida en Hermosillo.

Quien lo iba a decir, si mis planes inicialmente, eran solo para estar a “prueba” tres meses.

Si pegaba, me quedaba, sino a regresarme a mi tierra de origen.

Sin embargo, esa idea, ese pensamiento se diluyo, cuando el carnal Manuel, me escucho decirlo…

Y esto me dijo…

–Ni madres cabrón, si te vas, va a ser para que triunfes, porque si no, mejor ni te vayas y quédate aquí.

Palabras que calaron hondo y entonces, me deje llevar por los hechos y los hechos me llevaron a la estación ferroviaria aquella fría noche del 22 de febrero de 1982.

Así comenzó la historia de mi segunda parte de vida.

La primera, está enmarcada en los años que viví en el entonces Distrito Federal.

Allá en la Colonia Martín Carrera, ubicada en las faldas del Cerro de Guadalupe, el mismo en donde se apareció la Virgen de Guadalupe.

Una colonia como cualquier otra, de familias de escasos recursos económicos.

Y que sus tierras, en sus orígenes, eran de cultivo agrícola.

De hecho, sobre la calle Anastasio Bustamante, en donde sigue ubicada la casa que construyeron mis padres, en una de las esquinas operaba un establo lechero, al que me toco ir por la leche precisamente, estaba yo muy chavito.

Los dueños del establo tenían otras propiedades, en las metían a las vacas y eran un buen número de ellas.

Con sus calles de terracería y sin servicios básicos como luz, agua y drenaje, la Martin Carrera, pronto se desarrolló.

Siendo testigo de esa transformación.

El raspado de calles por inmensas máquinas que, después supe llevan por nombre Moto conformadoras, dio pie a la pavimentación a base asfalto.

A mis recuerdos llegan la gigante estructura de acero color amarillo y su particular ruido del motor.

Los chavos de entonces, festejamos alegres y contentos el trabajo realizado.

El olor a tierra mojada.

Los montes de tierra, que usamos para formar cuevas y “carreteritas”.

Brincar sobre ellos, jugar a las luchas, El Santo, El Blue Demon…

La emoción nos invadía.

Como lo hacía, cuando en un terreno privado, nos brincábamos la barda, para echarnos una “cascarita” de futbol.

Con balones fabricados de puro cuero curtido.

Y que cuando se mojaban, eran más duros que una piedra.

¡La infancia que nunca se olvida!

Pues que caray.

No me tocó ver la construcción del Mercado, ni de la escuela primaria “Lauro G Caloca”, porque no me dejaban ir más lejos de la demarcación en donde aún sigue levantado el hogar, en donde crecí y me desarrollé los primeros años de vida.

Pero llegó el día de conocerlos…

Fue cuando mi Madre, Doña Tomasa, me tomo de la mano y me llevo al “mandado”.

Entonces pude conocer las otras calles que observé al paso.

Sin saber que ya mi destino, lo había decidido mi Madre.

Al llegar al mercado se dirigió directamente al Kínder, ubicado al fondo del pasillo, en donde aún se encuentran los puestos de carne.

Pegado al área de cocina, se localiza todavía esa instancia.

Hasta donde mi Madre llegó y me dejo en manos de la profesora.

Misma que me condujo al interior, en donde había otros chavitos.

Sentados en sillas y sobre la mesa coloreando figuras en hojas de papel.

Los colores llamativos del Kínder, aun los guardo mi mente.

Y después brinque a la primaria, en la “Lauro G. Caloca”.

Los seis años, pasaron como de bala.

Veloces, como el Tren Bala que me conducía a Hermosillo.

La Secundaria…

El primer año en la Escuela Cristóbal Colón.

El cupo para entrar a la Secundaria pública número 12, se había terminado.

Y entonces, en casa decidieron inscribirme en esa escuela de paga.

Las dificultades económicas de la familia, me impidieron continuar.

Fui transferido a la Secundaria 138 de la Colonia Casas Alemán.

Una vida intensa, como intensa es la hoy llamada Ciudad de México.

La adolescencia llega y con ella, el peligro que no representa peligro.

La juventud que invita a “sentar cabeza”, pero lejos estas de alcanzar el cometido.

Y descubres cosas que el Mundo tenía “escondido”.

La juventud que invita a volar alto, a buscar tu destino.

De cuando te quieres comer al Mundo y el Mundo termina comiéndote.

Esas calles de la Ciudad de México que guardan gran parte de mi vida…

… El Sol entró por la ventana del camarote…

Desperté y asome por ella y observe que Hermosillo, ya estaba a la “vuelta de la esquina”.

Buena parte de los pasajeros, ya alistaba maletas, pues se acercaba el fin de camino.

36 horas de camino, un Día y medio…

Me dispuse a prepárame para el descenso…

La pesada mole de acero disminuyó velocidad.

El tren, hizo sonar el silbato…

Se escucha el pesado paso de los carros sobre la vía de acero…

De nueva cuenta el silbato, anuncia el arribo de la mole.

Pasamos el Puente de la Presa “Abelardo L. Rodríguez”.

A la izquierda se observa el Cerro de la Campana.

A paso más lento, mi joven estructura corporal se balancea de lado a lado.

Veo el vaso de la presa, repleto de agua.

El cielo de Hermosillo estaba nublado, con una chispeante y delgada lluvia.

Pasamos por los cerros de la Colonia El Ranchito…

La Colonia Metalera, anuncia el arribo a la estación ferroviaria de la capital sonorense.

Me asomo por la ventana y veo a personas corriendo hacia la Gran Mole de Acero.

Canastas al ristre, ofrecen a los pasajeros ricas viandas.

Al llegar a la estación al trajín aumentan.

Los que venden, los que se bajan y los que van a subir.

Desciendo y piso suelo hermosillense, el mismo que había pisado cuatro años antes…

…De cuando siendo integrante de la Compañía Nacional de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México, asistimos a la presentación de la obra de teatro “Felipe Ángeles”, cuya autoría fue de Elena Garro.

Pero, esa es otra historia…

… Atrás y desde entonces quedo la Ciudad de México y los recuerdos que aún conservo de esa mi primera etapa de vida.

Han pasado ya cuarenta años, desde entonces.

De solo tres meses que me dije, permanecería en Hermosillo.

A la vuelta de estos años, podría decirle al carnal Manuel que, si bien no he triunfado tal y como fue la expectativa.

Si he hecho el intento de hacerlo.

Pero, además, no tendría que ser yo, el que valore si he logrado o no el objetivo.

En tal caso, tendría que ser el propio carnal Manuel.

Y usted estimado lector agradable lectora.

Que son al fin, quienes han seguido de cerca mis pasos y que les he mostrado a través de estas líneas epistolares.

Y de mi ejercicio periodístico a lo largo, por cierto, de todos estos años.

Pues desde el mismo año 1982 incursione a trabajar en el entonces Periódico El Sonorense.

En el departamento de Teletipos y Télex.

Y de ahí para adelante.

En el año 1984 case con Carmelita, de donde han surgieron dos retoños.

Marte Alejandro y Cristóbal Isaías.

Que, a su vez, ya nos han brindado la oportunidad de ser abuelos de cuatro hermosos retoños.

Diana Sofía Islas Yepiz, de seis años.

Alexia Anaid Islas Yepiz, de cinco años.

Braulio Islas González, de cinco años.

Y José Gerardo Islas Yepiz, de 11 meses.

Por supuesto con el crédito correspondiente a mis nueras.

Viridiana Yepiz Coronado.

Y Brenda González Iriqui.

Y aquí seguimos, del tingo al tango, picando piedra.

Cuarenta años se dicen fácil…

… Por fuera de la estación ferroviaria, ya me esperaba el carnal Antonio.

Por cierto, fue él, quien hizo que me “volara” a venir a vivir a Hermosillo.

Pues no está usted `para saberlo, ni yo para contárselo, pero…

A finales del año 1981, andaba tomándome unas “vacaciones” forzadas y me dedicaba a hacer nada.

Así fue que mi Jefa, me puso “el dedo” con el carnal Antonio y éste sugirió venirme a Hermosillo y que acá continuaría con mis estudios.

Un día como hoy, pero de hace 40 años pise suelo hermosillense, para ya nunca más dejarlo.

Por lo menos hasta ahora.

Mañana será otro día.

PERTINENTE ACLARACION DE ICATSON.

Ayer una “fuente” informativa, me llamo para pasarme el tip de que en la Unidad Hermosillo del Icatson, se estaba registrando un conato de violencia entre la Directora del plantel y alumnos de la institución.

Confieso que, sin corroborar el dato lo subí a las redes sociales, ¡puesto que le di el crédito a mi “fuente!” de información.

Sin embargo, más tarde recibí una pertinente aclaración, en el sentido de que efectivamente si se dio el conato de violencia.

Pero que no fue como yo lo subí a las redes sociales.

Ya que fue un alumno quien intento introducir su vehículo al área del estacionamiento, pese a que ya hay una orden directiva de que ningún vehículo debe entrar a la institución.

Esto debido a que, los alumnos evaden la revisión el filtro sanitario implementado para la toma de temperatura, aplicación de gel anti bacterial y el uso correspondiente del cubre bocas.

Molesto el alumno, arremetió en contra del guardia de seguridad y este a su vez al verse agredido, solicito el apoyo de la Directora del plantel.

Quien acudió al llamado y en un afán conciliatorio, invito al alumno a dialogar en la oficina de la dirección general.

El punto es que, cuando el tipo llego a las oficinas, lo hizo con el celular grabando y lanzando improperios acusatorios en contra del personal directivo.

Desafortunadamente siempre habrá personas inconformes con las normas que regulan la sana convivencia tanto socialmente como institucionalmente.

Como es en el caso que nos ocupa de este lamentable desgarriate, protagonizado por un alumno.

 

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